sábado, 2 de junio de 2012

breve relato de como se conocieron

Se encontraron sus miradas, y por un largo rato se conocieron sin hablar, se sintieron de toda la vida, o de alguna vida pasada.
El reflejo de los rayos ámbares de sol sellaron a fuego su encuentro.
Pernoctaron en un muelle, sin dejar de mirarse, hablaron de sus sueños y no hizo hizo falta nada mas.
El siempre quiso saber poner algunas letras en una guitarra, 
pero esa noche no hizo falta ni una sola cuerda,
ella escuchaba sus versos en sus ojos.

domingo, 29 de abril de 2012

El hombre muerto


Horacio Quiroga
El hombre y su machete acababan de limpiar la quinta calle del bananal. Faltábanle aún dos calles; pero como en éstas abundaban las chircas y malvas silvestres, la tarea que tenían por delante era muy poca cosa. El hombre echó, en consecuencia, una mirada satisfecha a los arbustos rozados y cruzó el alambrado para tenderse un rato en la gramilla.
Mas al bajar el alambre de púa y pasar el cuerpo, su pie izquierdo resbaló sobre un trozo de corteza desprendida del poste, a tiempo que el machete se le escapaba de la mano. Mientras caía, el hombre tuvo la impresión sumamente lejana de no ver el machete de plano en el suelo.
Ya estaba tendido en la gramilla, acostado sobre el lado derecho, tal como él quería. La boca, que acababa de abrírsele en toda su extensión, acababa también de cerrarse. Estaba como hubiera deseado estar, las rodillas dobladas y la mano izquierda sobre el pecho. Sólo que tras el antebrazo, e inmediatamente por debajo del cinto, surgían de su camisa el puño y la mitad de la hoja del machete, pero el resto no se veía. El hombre intentó mover la cabeza en vano. Echó una mirada de reojo a la empuñadura del machete, húmeda aún del sudor de su mano. Apreció mentalmente la extensión y la trayectoria del machete dentro de su vientre, y adquirió fría, matemática e inexorable, la seguridad de que acababa de llegar al término de su existencia.
La muerte. En el transcurso de la vida se piensa muchas veces en que un día, tras años, meses, semanas y días preparatorios, llegaremos a nuestro turno al umbral de la muerte. Es la ley fatal
, aceptada y prevista; tanto, que solemos dejarnos llevar placenteramente por la imaginación a ese momento, supremo entre todos, en que lanzamos el último suspiro.
Pero entre el instante actual y esa postrera expiración, ¡qué de sueños, trastornos, esperanzas y dramas presumimos en nuestra vida! ¡Qué nos reserva aún esta existencia llena de vigor, antes de su eliminación del escenario humano!
Es éste el consuelo, el placer y la razón de nuestras divagaciones mortuorias: ¡Tan lejos está la muerte, y tan imprevisto lo que debemos vivir aún!
¿Aún...? No han pasado dos segundos: el sol está exactamente a la misma altura; las sombras no han avanzado un milímetro. Bruscamente, acaban de resolverse para el hombre tendido las divagaciones a largo plazo: Se está muriendo.
Muerto. Puede considerarse muerto en su cómoda postura.
Pero el hombre abre los ojos y mira. ¿Qué tiempo ha pasado? ¿Qué cataclismo ha sobrevivido en el mundo? ¿Qué trastorno de la naturaleza trasuda el horrible acontecimiento?
Va a morir. Fría, fatal e ineludiblemente, va a morir. El hombre resiste -¡es tan imprevisto ese horror! y piensa: Es una pesadilla; ¡esto es! ¿Qué ha cambiado? Nada. Y mira: ¿No es acaso ese bananal? ¿No viene todas las mañanas a limpiarlo? ¿Quién lo conoce como él? Ve perfectamente el bananal, muy raleado, y las anchas hojas desnudas al sol. Allí están, muy cerca, deshilachadas por el viento. Pero ahora no se mueven... Es la calma del mediodía; pero deben ser las doce. Por entre los bananos, allá arriba, el hombre ve desde el duro suelo el techo rojo de su casa. A la izquierda entrevé el monte y la capuera de canelas. No alcanza a ver más, pero sabe muy bien que a sus espaldas está el camino al puerto nuevo; y que en la dirección de su cabeza, allá abajo, yace en el fondo del valle el Paraná dormido como un lago. Todo, todo exactamente como siempre; el sol de fuego, el aire vibrante y solitario, los bananos inmóviles, el alambrado de postes muy gruesos y altos que pronto tendrá que cambiar...
¡Muerto! ¿Pero es posible? ¿No es éste uno de los tantos días en que ha salido al amanecer de su casa con el machete en la mano? ¿No está allí mismo con el machete en la mano? ¿No está allí mismo, a cuatro metros de él, su caballo, su malacara, oliendo parsimoniosamente el alambre de púa? ¡Pero sí! Alguien silba. No puede ver, porque está de espaldas al camino; mas siente resonar en el puentecito los pasos del caballo... Es el muchacho que pasa todas las mañanas hacia el puerto nuevo, a las once y media. Y siempre silbando.. Desde el poste descascarado que toca casi con las botas, hasta el cerco vivo de monte que separa el bananal del camino, hay quince metros largos. Lo sabe perfectamente bien, porque él mismo, al levantar el alambrado, midió la distancia.
¿Qué pasa, entonces? ¿Es ése o no un natural mediodía de los tantos en Misiones, en su monte, en su potrero, en el bananal ralo? ¡Sin dada! Gramilla corta, conos de hormigas, silencio, sol a plomo... Nada, nada ha cambiado. Sólo él es distinto. Desde hace dos minutos su persona, su personalidad viviente, nada tiene ya que ver ni con el potrero, que formó él mismo a azada, durante cinco meses consecutivos, ni con el bananal, obras de sus solas manos. Ni con su familia. Ha sido arrancado bruscamente, naturalmente, por obra de una cáscara lustrosa y un machete en el vientre.
Hace dos minutos: Se muere.
El hombre muy fatigado y tendido en la gramilla sobre el costado derecho, se resiste siempre a admitir un fenómeno de esa trascendencia, ante el aspecto normal y monótono de cuanto mira. Sabe bien la hora: las once y media... El muchacho de todos los días acaba de pasar el puente.
¡Pero no es posible que haya resbalado..! El mango de su machete (pronto deberá cambiarlo por otro; tiene ya poco vuelo) estaba perfectamente oprimido entre su mano izquierda y el alambre de púa. Tras diez años de bosque, él sabe muy bien cómo se maneja un machete de monte. Está solamente muy fatigado del trabajo de esa mañana, y descansa un rato como de costumbre.
¿La prueba..? ¡Pero esa gramilla que entra ahora por la comisura de su boca la plantó él mismo en panes de tierra distantes un metro uno de otro! ¡Ya ése es su bananal; y ése es su malacara, resoplando cauteloso ante las púas del alambre! Lo ve perfectamente; sabe que no se atreve a doblar la esquina del alambrado, porque él está echado casi al pie del poste. Lo distingue muy bien; y ve los hilos oscuros de sudor que arrancan de la cruz y del anca. El sol cae a plomo, y la calma es muy grande, pues ni un fleco de los bananos se mueve.
Todos los días, como ése, ha visto las mismas cosas.
...Muy fatigado, pero descansa solo. Deben de haber pasado ya varios minutos... Y a las doce menos cuarto, desde allá arriba, desde el chalet de techo rojo, se desprenderán hacia el bananal su mujer y sus dos hijos, a buscarlo para almorzar. Oye siempre, antes que las demás, la voz de su chico menor que quiere soltarse de la mano de su madre: ¡Piapiá! ¡ Piapiá!
¿No es eso... ? ¡Claro, oye! Ya es la hora. Oye efectivamente la voz de su hijo...
¡Qué pesadilla...! ¡Pero es uno de los tantos días, trivial como todos, claro está! Luz excesiva, sombras amarillentas, calor silencioso de horno sobre la carne, que hace sudar al malacara inmóvil ante el bananal prohibido.
...Muy cansado, mucho, pero nada más. ¡Cuántas veces, a mediodía como ahora, ha cruzado volviendo a casa ese potrero, que era capuera cuando él llegó, y antes había sido monte virgen! Volvía entonces, muy fatigado también, con su machete pendiente de la mano izquierda, a lentos pasos.
Puede aún alejarse con la mente, si quiere; puede si quiere abandonar un instante su cuerpo y ver desde el tejamar por él construido, el trivial paisaje de siempre: el pedregullo volcánico con gramas rígidas; el bananal y su arena roja: el alambrado empequeñecido en la pendiente, que se acoda hacia el camino. Y más lejos aún ver el potrero, obra sola de sus manos. Y al pie de un poste descascarado, echado sobre el costado derecho y las piernas recogidas, exactamente como todos los días, puede verse a él mismo, como un pequeño bulto asoleado sobre la gramilla -descansando, porque está muy cansado.
Pero el caballo rayado de sudor, e inmóvil de cautela ante el esquinado del alambrado, ve también al hombre en el suelo y no se atreve a costear el bananal como desearía. Ante las voces que ya están próximas -¡Piapiá!- vuelve un largo, largo rato las orejas inmóviles al bulto: y tranquilizado al fin, se decide a pasar entre el poste y el hombre tendido que ya ha descansado.
*(1878-1937) Escritor uruguayo considerado como uno de los fundadores del cuento contemporáneo hispanoamericano. Nació en Salto en 1878 y se suicidó a los 59 años en Buenos Aires. En 1900 viajó a París y, a su regreso radicó en Argentina. Solía pasar largas temporadas en la comunidad rural de Misiones, ubicada en la frontera argentino-paraguayo-brasileña, ambiente del que tomará temas para sus narraciones, que se caracterizan además de estar ubicadas en locaciones selváticas, por atmósferas de alucinación, crimen, locura y estados delirantes ya sea en los personajes o los temas. Tuvo una vida muy dramática ya que vivió siempre en la miseria y con parejas muy conflictivas. A pesar de ello, gozó de fama en vida, ya que sus relatos eran publicados y leídos en revistas y periódicos. Entre sus obras destacan: El crimen de otro (1904), Historia de amor turbio (1908), Cuentos de amor, de locura y de muerte (1917), Cuentos de la selva (1918), El salvaje (1920), Las sacrificadas (1929), Anaconda (1921), El desierto (1924), Los desterrados (1926), Pasado amor (1929), y Más allá (1935).

El pequeño rey zaparrastroso

Eduardo Galeano

Tarde a tarde, lo veían. Lejos de los demás, el guri se sentaba a la sombra de la enramada, con la espalda contra el tronco de un árbol y la cabeza gacha. Los dedos de su mano derecha le bailaban bajo el mentón, baila que te baila como si el estuviera rascándose el pecho con alevosa alegría, y al mismo tiempo su mano izquierda, suspendida en el aire, se abría y se cerraba en pulsaciones rápidas. Los demás le habían aceptado, sin preguntas, la costumbre.El perro se sentaba, sobre las patas de atrás, a su lado. Ahí se quedaban hasta que caía la noche. El perro paraba las orejas y el guri, con el ceño fruncido por detrás de la cortina del pelo sin color, les daba libertad a sus dedos para que se movieran en el aire. Los dedos estaban libres y vivos, vibrándole a la altura del pecho, y de las puntas de los dedos nacía el rumor del viento entre las ramas de los eucaliptos y el repiqueteo de la lluvia sobre los techos, nacían las voces de las lavanderas en el río y el aleteo estrepitoso de los pájaros que se abalanzaban, al mediodía, con los picos abiertos por la sed. A veces a los dedos les brotaba, de puro entusiasmo, un galope de caballos: los caballos venían galopando por la tierra, el trueno de los cascos sobre las colinas, y los dedos se enloquecían para celebrarlo. El aire oía a hinojos y a cedrones.Un día le regalaron, los demás, una guitarra. El guri acaricio la madera de la caja, lustrosa y linda de tocar, y las seis cuerdas a lo largo del diapasón.La probo, la guitarra sonaba bien. Y el pensó: que suerte. Pensó: ahora, tengo dos.

martes, 20 de diciembre de 2011

Como podes ser el mismo de antes?
lo que no fuiste nunca.
Después de haber usado los ojos,
como podes ser el mismo de antes?
Como te puede vencer la indiferencia?
Como puede mas el sistema?
Como te puede?
Tu autenticidad es tu mejor aliado,
no te dejes vencer.
El cambio empieza por vos,
la revolución esta en tu cabeza.
Adentro tuyo, el mono ya no golpea los platos!

miércoles, 24 de noviembre de 2010

HERMANOS

alguien dijo; solo los muertos han visto el final de la guerra,
yo he visto el final de esta guerra sera que podre volver a vivir?

Capitán Sam Cahill... pelicula Brothers 2010... dialogo final

http://www.youtube.com/watch?v=rLlpabVRnyc

martes, 23 de noviembre de 2010

EL DETERGENTE TIENE ALUCINOGENOS?


Me toca la difícil tarea de lavar.
Lavar platos, cubiertos y vasos sucios de aproximadamente 50 personas.
Miro el montón acumulado en una gran cacerola, cerca de la canilla y me desanima tremendamente. Pienso, porque demonios acepte una vez mas ser “intendente”, en una construcción de Un techo para mi País (intendente, es el que se encarga de mantener en orden el lugar donde se duerme, limpia, cocina, lava, etc). Esto es lo que más odio, me repetía mientras buscaba la mejor manera de “desanclarme” de esa difícil tarea.

9 AM, me entretengo dando vueltas por la escuela, hablo con Ña Julia la encargada, le pido una esponja, doy otra vuelta, hablo con los albañiles, me distraigo con cualquier cosa hasta que me gana la obligación.
Prendo la canilla, KOREE! Me mojo entero el pantalón, esta bacha de porquería tiene 20 cm útiles, como carajos construyeron así.

Con una potencia mínima de agua, ya que si prendo fuerte, pega en el canto de la bacha y me mojo de vuelta, termino el primer vaso y queda limpio, lo pongo a un costado, orgulloso de haberle devuelto a su estado original, sin rastros de café, ni partes solidas.

Miro la olla con lo que me falta, y me doy cuenta que apenas lave el 0.05 % de todo lo sucio que había!
Que bajon! Empiezo de vuelta uno a uno, parece una eternidad, un castigo de alguien, una maldición, faltaría solo que me den latigazos por la espalda mientras la canilla me salpica sutilmente, como una dosis de castigo sumistrada en pequeñas gotas, que después de 10 minutos resultaron un lago en mis pantalones.

De repente, me siento menos castigado, y me entretengo, pienso en cómo puedo hacer más rápido esto?, y si primero mojo todos los vasos y después pongo el jabón? Y voy tomándole la mano, ahora ya me siento un “lavador profesional”, 2 vasos en 30 segundos,  todos los vasos y platos los pongo sobre un trapo seco, mis manos se mueven solas, y ya no pienso que me están castigando, mi mente empieza a divagar, e irse lejos, ni siquiera me acuerdo que estaba lavando, incluso ahora ya me gusta, ver como optimice  mi tiempo, y ahora ya soy todo un lavador de cosas sucias

Por fin termino, y veo mi obra maestra, todo limpio, reluciente, sin rastros de suciedades, todo brilla y huele a lavanda, me siento orgulloso de lo que hice, de vencer mi propio record de tiempo y de vencerme a mí mismo, no resulto tan malo, incluso me entretuve lavando y ahora siento que puedo competir en las grandes ligas. 

Entonces se me ocurre que, a veces, cuando el objetivo o la meta primaria es algo mucho más macro, y la tenemos bien clara debemos pasar por ciertos procesos “anclas”  y hasta nos vemos obligados a hacer cosas que no nos gustan,  pero es por un fin mayor y sabemos que ese grano de arena, en este caso lavar platos, es parte de un sistema y por una causa mucho mayor, y es por eso que cada acción individual y cada rol que ocupo en un momento determinado de tiempo, debo realizarla con perfección y a cabalidad para así lograr mi objetivo mayor!